viernes, 21 de enero de 2011

Dialogo con la mujer que invadió mi sueño.

Estabas abstraída en medio del puente con tus cabellos que revoloteaban con el viento como una violenta llama de fuego que se consume y tu mirada era a ninguna parte, pero de pronto una piedra dio con tu cabeza, permaneciste un momento inmóvil, luego caíste al caudal del rio. Yo vi como caíste, yo estuve ahí. Apresurado y con desesperación me lancé al rio, el agua estaba fría, pero yo me muevo bastante bien en el frío, buscaba tus manos que se perdían, nadé, nadé...., hasta encontrarte te tomé del cuerpo y logré sacarte a la orilla, quedamos tendidos en el pasto verde, abstraídos está vez los dos; sin hablar, mirabas las nubes y yo la profundidad de la vida. Acariciaban tus pies la suave espuma del agua que se agitaba al borde.

−A veces sucede, ¿sabes? Que no siempre se obtiene lo que se quiere, que ese vaivén de extremos, ese péndulo de sensaciones cortísimas −del que hablas− pasa. Me dijiste inesperadamente.

Giré la cabeza, te miré a los ojos y te conté: que salgo todos los días a comprar pan y todos los días llego tarde, entonces me detengo en la puerta y me pregunto ¿de qué trata todo esto? Y todos los días regreso con desconsuelo, sin ni siquiera saber a dónde, ni por qué, entonces me siento como un animal con el corazón enjaulado, como un animal de clima frio condenado a vivir en el desierto ardiente, o sea, estoy fuera de lugar y eso me agobia.

Sé que ya te vas, que te quieres ir, que te irás al fin del mundo, que para eso te abrigas.

−Cuídate. Me dices, te estremeces, encoges los brazos y te vas.

−Que la fuerza te acompañe. Respondí. Y nos evaporamos.


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2 comentarios:

Carol Lisboa dijo...

Estou precisando de vc, amigo! Não se evapore!

Bunk Pop dijo...

de donde salio la piedra?