miércoles, 7 de noviembre de 2018

Con la flecha en el corazón.


Afuera la oscuridad cubre a medias los autos del estacionamiento, pero acá en esta habitación, la luz artificial golpea mis ojos y me pone los oídos sensibles, escucho llorar a un niño o es el llanto de una mujer, salgo apresurado para acudir al niño o calmar a la mujer. Garúa un poco.  Habían muchos gatos y entre ellos uno que lloraba más patético que nadie o más emotivo que un sentimental. Me mira fijamente a los ojos e imagino preguntarle, qué es lo que pasa, pero sólo puedo pensar en D, en los gatos que le rodean y saltan sobre el techo de su habitación para espantarla o para atraparla, como el chico por “sobre las azoteas” pero ese es otro cuento…  sólo cuándo veo un pingüino me siente atada, dice ella. Es por eso que yo soy un pingüino que escribe sobre gatos y sobre D.

—Qué miedo, pensé que era un niño que lloraba, por eso salí a ver… pero era un gato. Lo siento D, no me gustan los gatos me dan miedo… ¿me perdonas?—. Le digo un poco  jugando y un poco en serio, porque D quiere un poco, es decir mucho, a los perros y a los gatos. Y a los pingüinos también, tal vez.  Tiene, entre tanto  7 perros  a los que cuida con esmero y en este preciso instante; Carlota y el Innombrable le acompañan. Me acerco a ella que mira concentrada la pantalla de la pc, me acaricia la barbilla, entonces con la expresión imbécil, me tumbo sobre la cama y pienso que soy un perro contento o un gato feliz.

—Los gatos en mi barrio son muy jodidos y muy gordos, saltan a mi techo, me asustan porque pienso que es un temblor y a otras veces se pelean entre ellos, eso no me gusta. Yo veo como a veces  discuten, casi hablan—. Me dice concentrada en la computadora.

A mí no me gusta que ningún gato quiera entrar a la habitación de D ni siquiera en sus noches de insomnio o a conversarle, ni siquiera cuando amanece tumbada sobre su cama viendo como el sol y los pájaros de la madrugada le dicen que ya es otro día. Sólo confío en Nico uno de sus perros  aunque Nico hace sólo lo que los perros hacen, dormir a los pies de D, aunque a veces cuando me mira fijamente pienso que piensa lo mismo que yo pienso de él. Pero no voy a complicarme con eso porque Nico está de vacaciones y mientras tanto sólo importa como anuda sus noches D con los ojos abiertos.

—Bueno… si yo fuera  un gato y supiera dónde está tu habitación también saltaría sobre tu techo. Bueno… si supiera exactamente donde está tu habitación saltaría sobre tu techo, aunque no fuera un gato. Eso, sino me abres la puerta. Le digo.

Prefiero que saltes sobre mi techo y caigas como los gatos gordos de mi barrio. Me dice y luego se ríe.

Me duele el ojo. Me quejo con ella.

Ya estás grande para quejarte y sabes que no es tan grave. Me dice un poco seria y la vez me alcanza manzanilla fresca. Lo reposas y luego dejas que enfríe. Te lavas los ojos con el agua. Así es como cuido a Nico, (Sí antes no lo dije, Nico es su perro). ¡Y duerme! Sino terminarás loco, más loco, aunque me gustas un poco así o puede también que podrías terminar matándote. ¿Qué prefieres? Me pregunta.

No soy un perro. Contesté indignado. Lo sé y no sé porque te cuido tanto. Me calla y me enciende el corazón como si fuera un motor de un auto deportivo con muchos caballos de fuerza galopando por mis venas.

—Prefiero dormir. Le dije mientras un gato estaba sentado en la ventana, indiferente, como si no existiéramos, creo que en ese momento nosotros estábamos ahí para no ser vistos por el gato y pienso que para D tampoco el gato estaba ahí. Si duermo dejaré de ver fantasmas, creo por eso me duelen los ojos.

Cuando estoy en casa, en mi habitación, afuera  los gatos tras de mi ventana se juntan para maullar y provocarme, no sé cuál sea su afán o qué es lo buscan y eso es todas las noches inalterablemente.

Duerme y no te quejes. Y lo de loco, me preocupa un poco. Me besa, se despide y cierra la puerta.

Al caminar  de regreso a casa pienso en Daniel Day-Lewis interpretando a Bill El Carnicero, concentro mis recuerdos en  la expresión de sus ojos y con cierto consuelo me digo a mi mismo que también esos ojos deben dolerle, pero ya era muy de noche, me apresuré por volver, aunque cuando llegué era ya casi de madrugada, para ver la nueva película Daniel Day-Lewis interpretando esta vez a Lincoln,  y el Lincoln histórico, real, aunque la historia también resulta siendo una fábula. Fue la causa de Drett Scott,  llevó incluso a  enfrentarse con El Tribunal Supremo. Drett Scott  fue un esclavo cuyo dueño era John Emerson en el estado de Missouri, acompañó a su amo a Illinois estado en el que la esclavitud estaba prohibida, al cabo de algunos años volvió junto a Emerson a  Missouri pensó que por vivir esos años libre había adquirido la libertad, pero volvió a ser  propiedad de Emerson y luego del cuñado de Emerson y así.   Ciento cuarenta y un  años después Will Smith, un joven actor negro, buscaba la felicidad interpretando a Chris Gardner, convencido de que la felicidad es la propiedad, la acumulación de riquezas, que cimenta  el espíritu estadounidense.

Los gatos se van juntando con paciencia fuera de mi ventana en el silencio del cansancio y la noche, como si fuera una pequeña platea para gatos. Enciendo la Tv y veo infinitamente el rostro de D, los gato empiezan a maullar y de pronto, siento un golpe en las sienes  y para mí se apaga la luz para siempre.

Y yo aquí, recostado con la flecha en el corazón.